“Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”
S. Mateo 25:6 RVR1960
Las bodas de la antiguedad eran curiosas, los amigos del novio recogían al novio a su casa, y luego, todos juntos iban a la casa de la novia. Aquí Jesús compara la escena de una boda, con la escena futura del encuentro de Él mismo con la Iglesia, en un evento anunciado, profetizado, pero que será inesperado, al no saber nosotros cuando tendrá lugar.
2. ¿Estaremos preparados? la comitiva de espera está formada por las amigas de la novia, pero el texto nos dice que una parte de ellas son previsoras, y la otra parte no. Se les llama a estas segundas “insensatas”. Aquí la preparación es tener el combustible de las lámparas para poder tener luz, y así estar despiertas, de modo que cuando el novio venga, no se queden dormidas. Los creyentes debemos esperar la venida de nuestro Salvador viviendo vidas que reflejen los valores del Reino de Dios.
3. ¿Estamos despiertos? Estar despierto, en un sentido figurativo, implica ser consciente de tu condición espiritual, si nuestro amor y celo por el Señor se han enfriado, ¡debemos estar conscientes de ello! si el pecado ha entrado en nuestras vidas, captando la atención de nuestro corazón, ¡debemos estar conscientes de ello!
4. ¿Estamos preparádonos para la larga noche? la espera puede ser larga, y la noche muy oscura. La luz de la Palabra de Dios nos da discernimiento para poder entender los momentos en los que vivimos, cómo debemos actuar, cómo debemos vivir. Prepararse es una acción meticulosa, planificada, intencional. Debemos hacer acopio de aquello que necesitaremos cuando todo se complique, o cuando nuestra fe vaya a ser desafiada. Buscar a Dios no es una opción para el creyente, meditar a fondo y estudiar las Escrituras es una necesidad diaria, así como emplear tiempo en oración, todo ello aviva nuestras almas y nos dará luz en tiempos en los que la espera enfríe nuestra fe.
5. ¿Nos anima la esperanza? Nosotros esperamos el encuentro con nuestro amado y glorioso Salvador, Jesús. No podemos imaginar lo asombroso y feliz que será ese día. Ese momento marcará el inicio de una nueva época para la humanidad y en particular para la Iglesia. Ese momento será también el fin de nuestros dolores y angustias, pero también el fin de la siembra. Ahora mismo estamos sembrando para recibir en la eternidad, lo hacemos al vivir para el Reino de Dios, al usar nuestros dones y servir a otros. Acumulamos un tesoro espiritual y recompensas futuras, pero esta siembra finalizará. Nos esperarán otros trabajos, de otro tipo con los que servir al Rey, pero sólo ahora podemos ejercitar la fe y la esperanza. Que el Señor encienda nuestros corazones y avive nuestras almas para ser celosos esperando la venida del Salvador. ¡Ven Señor Jesús!
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