viernes, noviembre 10, 2023

El abandono de Dios


“En lugar de invocarme con corazón sincero, se quedan sentados en sus sillones y se lamentan. Se hacen cortaduras en el cuerpo y suplican grano y vino nuevo a dioses ajenos y se alejan de mí. Miran en todas partes menos al Altísimo. Son tan inútiles como un arco torcido. Sus líderes morirán a manos de sus enemigos a causa de su insolencia hacia mí”.

Oseas 7:14‭, ‬16 NTV


A Dios le importa cómo vivimos, lo que hacemos. A Dios le importa la justicia, le importan los pobres, los extranjeros, las viudas y los huérfanos, se indigna ante el robo, la violencia, la corrupción y la idolatría. Nada de lo que hagamos está exento de consecuencias, Dios es juez de vivos y muertos, ante Él daremos cuentas.

2. El pueblo de Dios es juzgado más severamente, Dios espera mucho de él, porque le ha dado mucho. Y de todos los pecados, el peor pecado del pueblo de Dios es la idolatría, para Dios esta traición es la peor, implica la infidelidad, es el abandono de Dios por dioses falsos, es la mayor de las deslealtades, de los desprecios. En nuestro texto el pueblo clama a dioses falsos, practican las costumbres de los pueblos paganos. Dios lo está viendo todo, no pasa desapercibido. Hoy el pueblo de Dios puede caer en el mismo pecado, cuando confía más en otros dioses que en Dios mismo, cuando abandona el mensaje del evangelio por otros mensajes que agradaban más a sus vecinos, cuando su esperanza no está puesta en Él sino en este mundo.

3. El pueblo de Dios que abandona a Dios es tan inútil “como un arco torcido”. Pierde su sentido, se ha terminado boicoteando a sí mismo. Al desconectarse de Dios ha perdido su razón de ser, ha abandonado su fuerza, ha escogido su propia destrucción. Pero Dios no abandona a Su pueblo, Él es fiel. 

4. Evaluemos nuestra vida espiritual, hagamos confesión de pecados, ¿hemos dado la espalda a Dios? ¿en qué le hemos fallado? necesitamos estar despiertos y no ignorar las silenciosas amenazas que batallan contra nuestra fe. Como hijos de Dios necesitamos apartar tiempo para ver cómo está nuestra alma, apartar tiempo para orar y hacer cuentas, y dejar que Dios examine nuestra fe. En esta sociedad enferma de entretenimiento no procuramos los espacios necesarios para buscar a Dios en silencio, en oración y frente a Su Palabra. 


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