jueves, octubre 31, 2013

Hilos invisibles

A menudo sale el tema de la justicia de Dios en relación a los que se pierden sin haber oído el evangelio. ¿Qué ocurre con esa buena gente a la que nunca se les predicó el evangelio?.

Lo primero que debo decir es que estamos ante una gran incógnita: el juicio particular de cada persona, con sus detalles y matices es algo que le pertenece a Dios. No sabemos, ni Dios nos da cuenta de por qué y cómo gobierna y juzga Su creación. Pero sí sabemos que Él es justo, y que el único camino al Cielo es Jesucristo, no hay otro, no hay atajos.

También sabemos que Dios ha dejado testimonio de sí mismo por todos lados. La Creación es un testimonio que habla a gritos de la grandeza, sabiduría y poder de un Dios invisible. Según Romanos 1 y 2 el ser humano es responsable y NO TIENE EXCUSA por haber rechazado ese testimonio visible de un Dios invisible.

Tercero, puesto que tenemos un testimonio de Dios, tenemos la responsabilidad y el deber de clamar a Dios, de buscarle. Buscar a Dios no es una opción, es un mandamiento. Además, hay una recompensa en buscar a Dios, puesto que Dios recompensa (galardona) a los que le buscan. Ninguno de los que acude a Él vuelve con las manos vacías, ninguno que le pide el Espíritu Santo recibirá el silencio de Dios.

Creo firmemente que aquel que guiado por el testimonio de la Creación clama a Dios recibirá el evangelio. Dios pondrá en su camino a un creyente. Esta es una de tantas historias que se suman a esos hilos invisibles que Dios mueve para alcanzar a los que le buscan.

Llevaba escasas semanas en Madrid. Estaba desanimado, triste. No entendía el propósito de Dios, ya que había dejado en Sevilla un ministerio (estaba discipulando a dos chicos jóvenes que acababan de creer), y una novia (con la que llevaba días saliendo). Mientras me daba una ducha de autocompasión, leía el magnífico libro de George McDonald "Piensa en tu futuro".

-Disculpe, ¿el libro que está leyendo es un libro escrito por un creyente?.

Un hombre con acento francés me interpeló.

-Sí, así es- le respondí.

-Gracias, disculpe la interrupción.

El hombre era muy educado y en él ví cierta hambre espiritual, pero ¡había terminado educadamente la conversación y yo no sabía cómo retomarla!, mis reflejos mentales son malísimos.

-¿Se considera usted creyente?- esa fue la única pregunta que se me ocurrió. El hombre se quedó pensativo.

-En mi vida he conocido a creyentes que me han hecho mucho daño, pero también he conocido a creyentes que eran personas buenas que ayudaban a otros. No sabría decirle.

Pude compartirle algo del evangelio, pero la conversación se vio interrumpida porque el señor llegaba a su parada de Metro.

-Ha sido un placer charlar con usted, esta es mi parada.

Deseoso de seguir con la conversación, y casi sin saber qué hacer, le regalé el libro que estaba leyendo. El hombre lo miró en silencio, y me dió las gracias muy sinceramente. Y no lo he vuelto a ver. Quizás lo vea, en circunstancias diferentes, en un mundo muy diferente. Me encantaría conocer cómo siguió su historia, si leyó el libro, si creyó en el Dios de ese jovencito miope y tímido.

Dios puso en el camino de un hombre que tenía preguntas a un creyente. No son cosas casuales, son cosas dirigidas, guiadas, encauzadas por la providencia de Dios, que saca cosas hermosas de historias tristes.

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