LA MUERTE DE LA MUERTE
“Entonces, cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: «La muerte es devorada en victoria.” 1 Cor 15:54 (NTV)
Cristo resucitó, este es el centro del evangelio y del mensaje cristiano. Los apóstoles fueron testigos, expandieron un mensaje por el que pagaron un altísimo precio en sufrimientos. Multitudes de personas (hasta 500 personas de manera simultánea) lo vieron vivo. El cristianismo recibió una cruel persecución durante 300 años, pero ellos “no podían dejar de decir lo que habían visto y oído”.Y es que si Cristo resucitó la resurrección es segura para los que murieron esperando en Él. Y la muerte, es un enemigo vencido, porque la muerte de Cristo mató la muerte.
No podemos minimizar la seriedad y la crueldad de la muerte. Es fácil si apartamos la mirada, pero la muerte está por todos lados, y no está tan lejos de ninguno de nosotros. Nuestra propia muerte está más cerca de lo que creemos, y con este hecho desaparecen las prioridades que nos agobian, y Dios y los términos en los que estamos con Él se vuelven la única prioridad. La muerte es una tragedia, un elemento ajeno que no existía en el Paraíso. Es algo abominable, de una crueldad absoluta, separa familias, arrebata hijos, rompe matrimonios, y deja huérfanos marcados de por vida. Hace poco supe de una niña que preguntaba: ¿Por qué Dios permite que una niña se quede sin mamá cuando más le hace falta? ¡No se puede exagerar la desolación que causa la muerte!
Jesús enfrentó la muerte de otros, la de unos padres que habían perdido a su única hija (su tesoro más valioso, su corazón), pero también la muerte de seres muy queridos para Él, como la muerte de Juan o la de Lázaro. Jesús aborrecía la muerte. Finalmente el Señor Jesucristo enfrentó su propia muerte, y no sólo una muerte, porque Jesús sufrió muchas muertes, las que sufrió por otros, y las que sufrió en sustitución por el pecado de otros.
La muerte de Jesús es única, porque Su muerte puso fin a la muerte: Él resucitó. Y al resucitar venció el poder de la muerte, poniendo fin al pecado de los suyos, abriendo una puerta a la vida. Poner nuestra confianza en la muerte y resurrección de Jesús es sostener la mano que, desde el otro lado, tira de nosotros hacia la vida y nos permite atravesar la muerte para vivir con Él. No hay nadie más en quien podamos tener esa salvación de la muerte, sino Aquel que venció la muerte y trajo para nosotros la vida. Por eso, la muerte de Jesús mató la muerte, la aniquiló, la venció, la aplastó.
Señor, ¿Cómo no amarte? Nuestros pecados trajeron la muerte a este mundo, pero Tú pusiste fin a la muerte venciendo el pecado y cargando nuestras culpas. ¡Somos tuyos para siempre! Concédenos pasar por esta vida llenos de fe en Tí, vive Tú en nosotros la vida que no podemos vivir para que vivamos la vida que Tú ganaste para nosotros. Concédenos aliviar el sufrimiento que hay, como Tú hiciste, aliviando el de tantos. Reina en nuestras voluntades y en nuestros corazones, para que la muerte ni el pecado reinen en nosotros.
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