jueves, enero 16, 2025

Entre el abuso espiritual y la incompetencia pastoral

 250116 Entre el abuso espiritual y la incompetencia pastoral 

¿Alguna vez habéis oído a alguien decir: “mi problema es que soy una persona muy honesta y clara, y me gusta decir la verdad, le moleste a quien le moleste? “ Si alguien te ha dicho eso es porque esa persona tan honesta, y tan directa, es alguien tremendamente frágil, incapaz de que alguien le hable en los términos en los que él o ella le gusta hablar a otros. 

“Me gustan las predicaciones del pastor fulano porque es alguien que habla muy claro, y si tiene que cortar cabezas, las corta”. Así es, hasta que un día ese pastor tocará un tema especialmente sensible para , y ese día te ofenderás y te marcharás de allí dolido y dando un portazo. 

Todos somos vulnerables. Todos tenemos asuntos a los que somos especialmente sensibles. Quizás nos mostremos impasivos delante de los demás, pero cuando estemos a solas reproduciremos esa conversación una y otra vez. Seguramente cuando pasen años seguiremos recordando esas heridas.  

El daño de la herida es proporcional a la vergüenza pública que sentimos cuando alguien hace un comentario (o chiste) delante de otros, o en proporción a la importancia de la persona que nos ha hecho ese comentario, por ejemplo, los padres, tu novia, tu mejor amigo, o un profesor. O un pastor. Los pastores tenemos una influencia enorme en las vidas de unas pocas personas, muchas de esas personas nos han idealizado, creen que vivimos vidas sobrenaturales y que somos impecables, si nos conocieran bien todas esas fantasías se desvanecerían. Para otras personas somos una fuente de inspiración, algo que dijimos en la predicación del Domingo les ayudó en un momento difícil, o quizás nuestra compañía o un gesto con ellos fueron muy significativos. En mi vida he tenido (y tengo) personas así, hombres que son una enorme influencia, y que a día de hoy me siguen inspirando. Algunos de estos hombres fueron figuras cercanas con las que compartí mucho tiempo, otros pastores fueron personas con las que no tuve demasiadas conversaciones, pero en esos momentos me imponían respeto y admiración. Dice la Biblia que nuestras palabras tienen un poder enorme en otros, sea para sanar o para destruir (Proverbios 18:21). Si eres padre lo sabrás bien, una mala palabra, un comentario sarcástico, pueden devastar a tu hijo. Y si no lo han hecho te aseguro que recordarán ese comentario toda su vida, porque así somos los seres humanos.  

Conforme pasan los años y conozco personas y sus historias, me estoy encontrando con casos que van del abuso espiritual a la torpeza pastoral. Yo mismo no pretendo estar exento, he pecado por acción y por omisión, y aunque siempre he sido cuidadoso con mis palabras, con el tiempo pongo más precaución, sobre todo cuando tengo que corregir a alguien o confrontarle. Jesús fue amable con la mujer adúltera, sensible y claro con la samaritana, y duro con los fariseos, es por eso que es importante tener bien claro a quien tienes al otro lado. Y orar, orar mucho. 

El abuso espiritual es algo serio, no en vano la Alianza evangélica preparó un documento para prevenirlo que podéis leer aquí: 

He conocido casos de abuso espiritual en iglesias pequeñas o grandes, y las heridas que causa este tipo de abuso son parecidas (salvando las distancias) a las del abuso físico, la persona queda emocionalmente bloqueada, incapaz de confiar en otros, y lo que incluso es peor, hay daños espirituales, ya que el abuso se cometió en nombre de Dios o por el bien de la iglesia. Terrible.  

Dejemos el abuso espiritual y vayamos a la torpeza pastoral, en este caso ya no se trata de un pastor dominante y narcisista que instrumentaliza a otros para hacer crecer su pequeño reino personal, sino simplemente de alguien que:  

  1. tiene poco cuidado de sus palabras, por ejemplo, procurando animar a alguien consigue lo contrario. Hace años fui testigo de una escena horrible en la que alguien perdió a un familiar, con la mejor de las intenciones alguien se acercó al doliente, le dio una palmada sonora en la espalda y le dijo: “Oye, no te vayas ahora a enfadar con el Señor, ¿eh?”. Me quedé estupefacto. No dudo de las buenas intenciones del “consejero”, pero sí dudo de su competencia. 

  1. Solo es capaz de hacer una lectura superficial de la persona a la que intenta ayudar, bien porque no le ha escuchado lo suficiente, bien porque su espiritualidad es superficial. De ese modo se aplican recetas “piadosas” a dolencias del alma, como recetar versículos como una excusa para despachar rápido a alguien. Creo en la Palabra de Dios, en su veracidad, su eficacia y su poder, pero dudo que la Palabra de Dios sea una excusa para evitar llorar con los que lloran, o escuchar con paciencia y empatía.  

He escuchado a católicos romanos que en el mundo protestante cualquiera con un poco de labia y con un garaje desocupado es capaz de abrir una iglesia. En la iglesia primitiva el reconocimiento de pastores-obispos-ancianos (son el mismo oficio) estaba relacionado con la madurez espiritual, el reconocimiento de iguales, el cumplimiento de requisitos apostólicos y dentro de esa madurez por supuesto se incluía el conocimiento y la aptitud para pastorear (cuidar y guiar) a otros. Dicho esto, a veces he visto cómo la necesidad y el sentido de la responsabilidad ha impulsado a hombres fieles a dar un paso al frente cuando nadie lo hacía. Y también todos hemos visto que algunos han codiciado el pastorado, pero vaciándolo del cometido del pastor, un pastorado que sólo es encumbramiento personal.  

En todo esto lo único que pretendo es reflexionar sobre la necesidad de formarnos en la “cura de almas”, ser conscientes del poder para hacer el bien, o para destruir, y sobre todo aprender de modelos que tenemos en la Escritura y en nuestras vidas. No sólo basta una sana enseñanza de la Palabra de Dios, sino vidas coherentes y actitudes coherentes con la misma. La enseñanza ortodoxa no nos libra de tratar a otros con amor y consideración, con ternura. El apóstol Pablo, defendiendo su ministerio frente a los obreros fraudulentos apelaba al amor y a los desvelos por los hermanos (1 Ts 2:7; 2 Cor 11:29). Para algunos, el amor sacrificado de Pablo, sus lágrimas y las debilidades eran motivo de vergüenza, pero Pablo exhibe todo ello con orgullo, frente a otros lobos, que no pastores, que se enriquecían con los trabajos de los hermanos, abusaban sin misericordia y estaban lejos de vivir vidas ejemplares.  

¿Es posible sanar del abuso espiritual y de la incompetencia pastoral? Es posible si ponemos los ojos en el príncipe de los pastores (1 Pedro 5:4), dejando de mirar a los hombres y culpando a Dios, y tratando ante Dios nuestras heridas. La murmuración, la amargura nunca sanarán a nadie, pero Dios sí está interesado en las ovejas heridas.  

 

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