Ayer Martes terminaba mi trabajo en el barrio de Ciudad
Lineal, tomé un autobús rumbo a casa. Contento por lo bien que el día había
marchado. Apenas habíamos avanzado doscientos metros recibí una llamada al
teléfono de un número desconocido.
-Hola, ¿este es el número de la iglesia?.
En la web
de la iglesia tengo dos números de teléfono, ambos son míos. Para aquellos que
me leéis de otros países, la iglesia en la que sirvo es una pequeña
congregación, por lo que el teléfono que figura es el de mi domicilio y mi
móvil personal.
La persona
que me hablaba era un hombre jóven, latino. Sin rodeos me dijo que no sólo por
la crisis le iba mal económicamente, sino que había cometido muchos errores, se
había bautizado hacía pocos meses, pero había fracasado como cristiano.
Le pregunté
si tenía esposa, si sus padres vivían, y le pregunté cómo se sentirían ellos al
perder un hijo. Pero aquello evidentemente no servía de ayuda. El hombre me
dijo que estaba pensando quitarse la vida. Personalmente no me alarmo cuando
alguien me dice eso, de hecho lo he oído varias veces y gracias a Dios siempre
han sido llamadas de atención de personas que sufrían más allá de lo que
pensaban que podían soportar.
El autobús
comenzaba a llenarse de gente, aunque yo estaba sentado en la última fila ya
había personas próximas a mí, una chica de algo más de veinte años estaba
sentada frente a mí, escuchando música con los auriculares, dos chicos estaban
a mi derecha, charlando, y varias personas mayores entraban en la nueva parada
e iban ocupando sus asientos.
-Pastor, creo que Dios no me va a poder perdonar.
Os
confieso, con vergüenza, que el entorno no me parecía el más adecuado para dar
aliento espiritual. El ruido del motor del autobús era ensordecedor, y me
obligaba a levantar la voz. Pero, finalmente pensé: ¡qué más da!. Le pregunté
el nombre a la persona con la que hablaba y me dirigí a él.
-Escuche, Cristo Jesús murió en la Cruz por nuestros pecados, no
sólo por los suyos o los míos, sino por una incontable cantidad de seres humanos
que vivimos de espaldas a Dios, ¡Él es un Dios de amor que envió a su Hijo,
Quien es el único inocente, sacrificado para darnos vida y reconciliarnos con
Dios!.
A estas
alturas la chica que estaba sentada delante mía se quitó los auriculares y escuchaba
muy atenta, una señora mayor se mantenía cerca de mí. Ya había empezado, así
que seguí ofreciéndole a ese hombre lo que necesitaba y me había pedido:
palabras de aliento. Le hablé de cómo podemos reconciliarnos con Dios, de
nuestra incapacidad para agradar a Dios, que Jesucristo es el Salvador, no sólo
un maestro de religión que nos enseña cómo ser buenos chicos.
Llegó mi
parada y me levanté mientras seguía hablándole en medio del ruido, una mujer
mayor estaba delante mía, bloqueándome la salida, quizás tan pendiente de lo
que hablaba que ignoraba que me estaba impidiendo salir. Por fin pude salir a
la calle y entonces le pedí permiso a mi interlocutor para orar por él. Estuve
unos minutos intercediendo por él mientras al otro lado escuchaba unos sollozos
contenidos. Cuando terminé el hombre me dio los gracias,
-Eso era lo que necesitaba, pastor.
A
continuación le animé a buscar al Señor, a que reconociera su fracaso en su
intento de ser un buen cristiano y que le pidiera a Jesús que fuera su Salvador
y su dueño. Le dije que le llamaría al día siguiente para saber cómo estaba.
Que buscara su Biblia, que hablara con Dios.
Esta tarde
espero llamarle para saber cómo está. Pero no pienso sólo en mi amigo, sino en
todas las personas que ayer a las ocho y media de la noche escucharon a un tipo
miope y con barbas hablando a gritos por teléfono sobre el amor y la Gracia de Jesucristo.
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