martes, enero 31, 2012

Preocupación

Es lo que siento, preocupación y temor. Cuando descuelgo el teléfono y escucho una voz que contiene el llanto, cuando me piden hablar en privado con cara de preocupación, cuando me hablan de un hijo o una hija en problemas.

Alguno diría que es poco lo que se puede hacer, yo diría que nada, incluso menos que nada. Y a la vez, mucho. Por una de esas benditas paradojas del cristianismo, cuando estamos derrotados es cuando más fuertes somos, cuanto más impotentes, el Señor multiplica su fuerza en nosotros.

Mi oración muchas veces es más corta aun que la de Nehemías: "¡Señor, ayuda!". Cuando me piden consejo no sé qué decir, cuando alguien busca consuelo sólo puedo llorar con el que sufre. Y una y otra vez he visto la mano de nuestro Dios obrando cuando todo parecía perdido. He visto la situación pasar de lo más hondo del pozo ser cambiada, de una manera discreta, al estilo del Señor Jesús, sin aspavientos, echando a todo el mundo fuera y con tanta naturalidad como tomar a la niña muerta de la mano y despertarla con unas sencillas palabras.

Hace años subía en el ascensor de un hospital a visitar a un hombre. No quería ir. En cualquier momento iba a morir y aquella situación me angustiaba. Cuando las puertas del ascensor se abrieron encontré tres caras desencajadas. Justo unos segundos antes le habían dicho a la esposa que buscaran un sacerdote porque iba a morir, y en ese momento, la esposa y otros amigos se sintieron enormemente solos, pero, casualidades (?) se abrieron las puertas y allí apareció un tipo miope, torpe y amedrentado.

Eran las nueve de la noche. El día terminó pasada la una de la madrugada, el enfermo en la cama, con tubos ventilándolo, su esposa a mi lado, los dos orando y leyendo las Escrituras. Y al final de la noche una presencia lleno aquella habitación del hospital. No una sensación. Una presencia. Real. Una presencia que era como un gran vaso de agua fresca para el sediento. Descendió el alivio y la paz. La esposa y yo nos miramos a la vez. No era algo que había sentido yo, aquella presencia inundó con su fortaleza a la mujer.

Hoy no morirá, le dije. Le dí un abrazo y me despedí. Ella pudo descansar, y su marido vivió. Sentado en un taxi, yo pensaba en cómo el Señor había cambiado aquel día. desde lo más profundo del sufrimiento, a lo más alto del gozo.

A menudo pienso en ese día.

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